Acerca del Yo y el Ello freudiano: Un encuentro decisivo [1]
Laura Ahumada
El insumiso busca incesante y provoca
Fuerza constante
Polímata victoriano incansable
Su “padre” lo tocó con la magia y un recurso de amparo
Lo inmortalizó para siempre
El insumiso enloquece y vaga
Un nómade errante extraviado en el puente entre dos siglos
Ello lo encadena
Voluptuosamente
Y hunde sus raíces en nuestras vidas in-mundas.
(Los insumisos – ¿L.A.?)
7 de septiembre de 1920. Cuidad de La Haya. 10.00 am.: Georg Groddeck baja del auto que lo deja en su hotel, junto a su bella acompañante Emmy von Voigt, varios años más joven que él. Sus 54 años dejan ver algunos signos del paso del tiempo, aun así, su mirada muy viva y penetrante sigue siendo tan vital como siempre, como son esas miradas chispeantes que transmiten un entusiasmo y curiosidad. Una mente brillante iba al encuentro más esperado de su vida. Eran varios los analistas que se alojaban en el mismo hotel, pero nadie conocía a Georg. Absolutamente nadie, excepto Sigmund Freud, con quien había mantenido un intercambio epistolar desde hacía varios años. Su mujer, Emmy estaba muy cansada del viaje y sabía que al día siguiente les esperaba momentos intensos por vivir. La Haya era una cuidad hermosa y de la realeza. Palacios dorados, callejuelas prolijas, espejos de agua intercalados entre los edificios lujosos. Aquel otoño hacía que todo se viera aún más bello.
El Congreso se celebraría desde el 8 hasta el 11 de septiembre y era, ni más ni menos, que el primer congreso después del fin de la primera Guerra Mundial así que el clima de época era raro y conmovedor. Era un tiempo de reencuentro entre psicoanalistas que se habían enfrentado crudamente durante la Guerra y que ahora anteponían el deseo de reunión y de psicoanálisis por sobre las ideas políticas.
Concurrieron de todos lados y sobre un total de ciento diecinueve participantes, treinta y tres fueron mujeres. Un hecho inédito hasta ese momento. También había cincuenta y siete invitados, entre los cuales se encontraba Ana Freud, la esposa de Sándor Ferenczi así como la de Otto Rank.
Las ponencias que se presentaron fueron trascendentes. Por ejemplo la analista de niños, Hermine von Hug-Hellmuth presentó su trabajo: A propósito de la técnica del análisis de niños. Una Sabina Spielrein, en su mejor momento leería: La génesis de las palabras infantiles papá y mamá. Ambas eran las únicas dos mujeres que participaban del selecto y masculino Grupo de los Miércoles.
La ciudad holandesa los esperó con una calurosa y generosa recepción que cubría los costos de alimentación y alojamiento para los analistas que, agobiados por la posguerra, así lo requerían. Entre ellos el mismo Freud.
Tan sólo unos meses antes, en abril del mismo año, Groddeck le había solicitado a Freud, con cierta premura, poder formar parte de alguna asociación psicoanalítica. Freud respondió de forma reticente pero cediendo a que formase parte del Grupo de Berlín, lo cual le permitiría conocerlo en el Congreso que se celebraría en La Haya ese mismo año. Ese día tan esperado había llegado. El 9 de septiembre Georg Groddeck es el último orador. Con las manos temblorosas y un poco agitado sube a la tarima y se da cuenta que había olvidado su manuscrito en el hotel. Eran tantos los nervios por conocer a su gran maestro que olvidó su maletín sobre la cama. Esta adversidad, diría el, años más tarde, le dio un impulso inusitado.
Se paró frente al público que lo miraba con recelo y sorpresa. Nadie lo conocía y todos veían como Freud lo trataba con amabilidad. Tres cosas ocurrieron esa tarde. La primera fue que se presentó diciendo “Yo soy un psicoanalista silvestre”. Justo lo que no había que decir. Luego, al no tener sus hojas, inició una suerte de asociación libre lúdica, donde, finalmente, colocó su tesis principal acerca de los trastornos orgánicos y su expresión de trastornos emocionales.
El modo fue provocativo, su mujer lo miraba con una sonrisa de orgullo. Karen Horney prestó atención al personaje y luego sostendría una amistosa relación con él, al igual que Sándor Ferenczi y Otto Rank, que apreciaban su frescura e ingenuidad. El resto lo aborreció.
En segunda instancia, como “broche de oro” antes de bajar del estrado dijo: “Freud es el padre y ustedes unas gallinas”, con lo cual, Ana Freud saltó levemente en su asiento y nunca más dejó de sentir por Groddeck una profunda antipatía.
Y lo tercero fue el hecho, no menor –dadas las mentalidades victorianas que allí había– que Groddeck asistió con una mujer que no era su esposa. Este dato indecoroso, fue insoportable para la mayoría de los que allí se encontraban.
Fin de la estampa………………………………………………………….
La expresión “das Es” (el Ello), como el propio Freud explica, fue tomada directamente de Georg Groddeck, médico que ejercía en Baden Baden, ciudad alemana sobre la Selva Negra, gran balneario de Europa y patrimonio de la humanidad por sus grandes termas. Se había vinculado con el psicoanálisis poco tiempo atrás y había suscitado gran simpatía en Freud por la amplitud de sus ideas. Pero, como también señala Freud, el uso de la palabra se remonta sin duda a Nietzsche. Sea como fuere, Freud la toma de Groddeck, la adoptó dándole un significado diferente y más preciso.
El último gran escrito freudiano, El Yo y el Ello, fue escrito por Freud en 1922 y presentado en el último Congreso donde Freud asistió, en Berlín durante 1922. Allí leyó un breve trabajo llamado Consideraciones sobre lo inconsciente, en donde adelanta los avances acerca de la “anatomía de la psique”, que serán formalizados cuando apareciera El Yo y el Ello. (Strachey. 1923. Introducción El yo y el Ello)
Durante la Guerra, en un periodo que Jones llama “Progreso y desdicha”, que data de los años entre 1921 y 1925, en donde la obra de Freud se difundía con más amplitud que nunca: “Sus libros eran ávidamente buscados y se traducían a muchos idiomas. (…) En Alemania se fundaban nuevas sociedades en Dresde, Leipzig y Múnich. En su consultorio, Freud se encontraba plenamente ocupado e iba tomando menos pacientes, ya que había muchos discípulos provenientes de Estados Unidos e Inglaterra, deseoso de aprender su técnica.” (Jones. Vida y Obra de Sigmund Freud. Tomo III. pág. 91)
[Una viñeta histórica ilustra varias cuestiones a la vez. Una viñeta es una unidad mínima de montaje. Y un montaje implica un ensamble, un acoplamiento, un empalme de elementos heteróclitos.]
Freud le agradecerá a Groddeck la importación del término “Ello”. Y dirá que no es fácil soportar pensamientos tan inteligentes, audaces e impertinentes, como los suyos.
Uno más de nuestros personajes victorianos, hombre de “entre siglos”, Groddeck fue, sin dudas, un personaje que expone esa complejidad. De hecho, fue muy criticado y segregado de la Sociedad Psicoanalítica de la época. Freud fue prácticamente el único que lo defendió y alagó sus aportes.
En esta ocasión, nos encontramos en Alemania en 1921. La importante casa editorial alemana Verlag, publica un libro de Groddeck titulado Der Seelensucher o El libro del Ello. Era un libro picante, con algunos pasajes obscenos. Varios analistas, especialmente Oskar Pfister, consideraron que no era el tipo de libro para una editorial reconocidamente científica, y la Sociedad Suiza realizó una reunión especial de protesta. A juicio de Freud, el libro era muy entretenido y todo lo que dijo en repuesta a las indignadas cartas que llovían incesantemente, fue: “(…) estoy defendiendo enérgicamente a Groddeck contra la respetabilidad de ustedes: ¿Qué es lo que ustedes hubieran dicho si hubieran sido contemporáneos de Rabelais?” (Freud 1921)
Esta frase ilumina una constelación de hombres que han ido a contrapelo de su época. Adelantados e incomprendidos. Freud lo ve con claridad y protege “esa especie”.
Rebelais, cinco siglos antes –y en un Paris medieval– despliega, sin tapujos, un humanismo renacentista que le costará la persecución. Escritor, pedagogo, médico, erudito, diplomático, sacerdote católico. Con una gran exuberancia creativa. Escritor satírico y grotesco. Eclesiástico y anticlerical, cristiano y librepensador, ocultista y bon vivant. Por la sátira religiosa y el humor escatológico en sus novelas, fue un incomprendido por sus contemporáneos y, a su vez, dejó un legado tal, que existe el adjetivo de “rebelaisiano”. Con este personaje, Freud comparó a Groddeck. Un auténtico polímata. [ppio. Básico del humanismo del renacimiento. Es el que aprende de diversas disciplinas y adquiere diferentes conocimientos]
Freud ilumina así, una constelación de hombres y también de mujeres, por supuesto, que habitaron su época atópicamente.
Los “atópicos”, los “sin lugar”, los desubicados. La atopía de Eros y el genio de Freud, le dieron soporte a una cadena. “Freud designó un soporte cuando habló de ello, en la pulsión de muerte misma, acentuando el carácter mortiforme del automatismo de repetición. La muerte. Deseo impensable en el que el Ello habla, responsable de lo que está en juego allí: la posición excéntrica del deseo en el hombre. (…) La gotita que hay que tragarse, es que el hombre aspira a destruirse allí donde se eterniza.” La tradición moralista nunca soportara esta verdad y siempre intentara salvar las apariencias. (Lacan. 1960. Seminario 8. pág. 118.)
Volviendo a nuestra constelación de atópicos, en donde Eros es Rey. Groddeck fue un hombre que vivió casi exactamente el mismo periodo de vida que Freud, a quien Freud calificó de “soberbio analista” y que se reivindicaba a sí mismo como “analista salvaje”. De la estirpe de “los Fliess y los Reich”, médico heredero de la tradición romántica, impregnado de cientificismo, iluminismo y Nathuralphilosophie. Al igual que Freud, obsesionado con la cuestión de la sexualidad humana. Maniobraba con ocultismo y estaba entregado a experiencias de telepatía que lo hundían en un inconsciente caótico.
Groddeck irrumpe en el movimiento psicoanalítico hacia 1920 con la palabra Es [Ello]. Y así trastorna a los discípulos conformistas de Freud que se fascinan y, a su vez, lo rechazan. Entabla una larga amistad con Sándor Ferenczi, porque ambos creían fervientemente en la “madre naturaleza” y en sus poderes de curación que habitan en cada ser humano. Creó la medicina psicosomática de inspiración psicoanalítica en la que abrevaron varios que antes lo denostaban.
Y llegamos a Baden Baden, aquel lugar de sanación por medio de las termas. Groddeck era hijo de un gran médico que, a su vez, tenía un centro de baños salinos y era un ultraconservador en el que se habría inspirado el mismísimo Frederick Nietzsche. Y de una mujer, Carolina, que educó a sus cinco hijos de manera fría y distante. Groddeck sufrió esa educación y Freud nunca dejó de señalárselo en sus cartas.
Con autoritarismo prusiano y un gran deseo de curación, atendía a sus pacientes. Sugestión y sumisión absoluta. Su lema era “Natura Sanat Medicus Curat” [La naturaleza sana y el médico cura].
Baden Baden era un sanatorio de quince camas que Groddeck abrió en 1900. Su método original de tratamiento se basaba en la hidroterapia, el régimen alimentario, los masajes y las conversaciones entre médico y paciente.
Antes de conocer a Freud, lo criticó sin fundamento, como tantos otros. Así, después lamentó su actitud y la rectificó. A tal punto, que mantuvo con Freud un intercambio epistolar que iría desde 1917 a 1934. Un verdadero “vinculo de hierro”. (Roudinesco)
Se casó con una sueca que primero fue su analizante y luego su mujer y asistente. Ella sería una de las primeras traductoras de Freud en Suecia.
Groddeck dio un giro de 180 grados y asumió que su hostilidad hacia Freud era por celos, a partir de ahí asumió también su rol como discípulo. Freud le dijo: “Yo lo puedo empujar hacia donde se encuentran los Adler y los Jung y otros. Pero no puedo hacerlo. Debo afirmar que usted es un soberbio analista que ha captado la esencia de la cosa y ya no puede perderla. Quién reconoce que la transferencia y las resistencias son los ejes del tratamiento, esas personas pertenecen irremediablemente a la horda salvaje.”
En Baden Baden, Groddeck recibía a pacientes afectados de todo tipo de enfermedades que la medicina de la época no sabía tratar. Pretendía encontrar en el perfil de la enfermedad la expresión de un deseo orgánico. Sexualizaba los órganos del cuerpo. Ese deseo derivaba de lo que él llamaba el “Ello”. Con ese pronombre neutro (el “Es” alemán), tomado de Nietzsche (1844-1900), Groddeck designaba una sustancia arcaica, anterior al lenguaje, una especie de naturaleza salvaje e irredentista que sumergía a las instancias subjetivas. La curación consistía en dejar actuar en el sujeto el fluir del Ello, fuente de verdad.
La enfermedad somática se encuentra dentro de la trayectoria biográfica del paciente, como un “lenguaje de síntomas” corporales, tras los que habla el inconsciente, el Ello del enfermo. El Ello es todo lo que en el ser vivo hay de conformador, incluso biológicamente, y por lo tanto tiene un sentido dentro de la estructura y el funcionamiento del sistema total. El Ello de Groddeck es teleonómico. [Las características biológicas de los seres vivos son adaptaciones evolutivas que han surgido a lo largo del tiempo.]
La enfermedad es una creación del enfermo y el órgano enfermo es imaginado como una protesta del ello frente a lo que se le exige hacer.
Para Groddeck, el lenguaje tenía un profundo significado, así como su análisis de las metáforas y su reflexión sobre el contenido semántico de un vocablo que le sirve para demostrar todo el contenido ideacional involucrado en el árbol de los semas.
En una carta a Groddeck, Freud escribe: “(…) en su Es no reconozco a mi Es, civilizado y burgués, despojado de su misticismo, sin embargo, usted sabe que el mío deriva del suyo.” Su Ello es más que nuestro inconsciente, no está claramente delimitado con respecto a este, pero hay algo verdadero tras lo mismo.
[1] Apertura de actividades. Mayéutica, Institución Psicoanalítica, Buenos Aires 8 de marzo 2025.