¿Cómo participar?

Editorial Noviembre – Diciembre 2023

Este momento del año es época de largas pruebas. Trataré de aligerar esto un poco. Suerte que esto se acaba, como suele decirse. Jacques Lacan. Apertura de la clase del 10 junio 1970, Seminario XVII En lo que nos interesa en este cierre de año, partamos hoy de aquí: escribimos con los otros, escribimos a partir de la lectura de las marcas que las voces de los otros escribieron en nuestros cuerpos; escribimos con lo que podemos hacer con eso, con lo que agregamos a eso, novando. Vertebramos el trabajo del año en “Psicopatología de la vida cotidiana”: partimos desde allí por el encuentro, en un Freud muy temprano, de su encuentro con el lenguaje como terruño para la invención del psicoanálisis. Más aún: por el asimiento de la certitud freudiana de que es el lenguaje donde lo humano reside y que es ese -y sólo ese- el campo que nos interesa, allí donde se suscita todo lo que nos convoca en tanto que analistas. Y no sólo en cuanto a las plurales dimensiones de la clínica -que hacen del psicoanálisis una praxis apta para analizar sueños tanto como para alojar el delirio del psicótico- sino en lo que esta posición hace a la historia: Freud introduce un nuevo lazo social que trastoca para siempre el modo de enlazarnos y, por consiguiente, la posición ética que nos sostiene. Y esa posición vierte, como decíamos al inicio del año, el llamado a la deposición de toda actitud segregatoria en tanto partimos de que no hay otra psicopatología que la de la vida cotidiana. Ese fue el inicio del año; la moneda que pudimos acuñar en el Consejo Directivo y que echamos a rodar. El efecto del trabajo en Mayéutica hizo que floreciera en modos y aperturas sorprendentes, en propuestas de trabajo muy auspiciosas: el haber puesto a trabajar la potencia del lenguaje, esa convocatoria formidable que llamó a nuestra Jornadas, tal vez fue su punto de apertura y de apuesta más fuerte. …………. Si algo sonó insistentemente este año en nuestro trabajo fue la evocación, la citación, de diferentes fragmentos de El nombre en la punta de le lengua, de Pascal Quignard. Quiero traerlo nuevamente hoy para introducir algo que quiero dejar anotado mirando al año que está por venir: “ADVERTENCIA El jueves 5 de julio cené en casa de Michèle Reverdy con Pierre Boulez, Claire Newman y Olivier Baumont. Michèle recordó el encargo de un cuento que le había hecho el Ensemble Instrumental de Baja Normandía dirigido por Dominique Debart. Se nos dio muy mal cortar en trozos un bloque de helado de café. Yo doblé un cuchillo. Boulez, con un nuevo cuchillo en la mano, de pie, apuntó. El bloque de helado rodó por los suelos. El choque no lo rompió. Lo pasamos bajo el agua. Conté el rudimento de un cuento en el que la falla del lenguaje era el origen de la acción. Este motivo me parecía que lo destinaba, mejor que cualquier otra leyenda, a la música. Los músicos, como los niños, como los escritores, son los habitantes de este defecto. Los niños residen durante al menos siete años en esta falla que la propia palabra infancia significa. Los músicos intentan librarse de ella en el canto. Los escritores se instalan en ella para siempre en lo espantoso”[1]. ¿Cómo habitamos los analistas esta falla? O este lenguaje en falla que no puede ser más que RSI (hérésie). Y ahora, entonces, otras dos citas, una de Lacan, muy breve, de la “Proposición…”: “… hay un real en juego en la formación misma del psicoanalista. Nosotros sostenemos que las Sociedades existentes se fundan en ese real”[2]. La otra, un poco más extensa, de Freud en “El malestar en la cultura”, refiriéndose a aquello que nos permite afrontar los dolores de diversa fuente: “Cuando no hay una disposición particular que prescriba imperiosamente la orientación de los intereses vitales, el trabajo profesional ordinario, accesible a cualquier persona, puede ocupar el sitio que le indica el sabio consejo de Voltaire [se trata del consejo de que cada cual “cultive su jardín”]. En el marco de un panorama sucinto no se puede apreciar de manera satisfactoria el valor del trabajo para la economía libidinal. Ninguna otra técnica de conducción de la vida liga al individuo tan firmemente a la realidad como la insistencia en el trabajo, que al menos lo inserta en forma segura en un fragmento de la realidad, a saber, la comunidad humana. La posibilidad de desplazar sobre el trabajo profesional y sobre los vínculos humanos que con él se enlazan una considerable medida de componentes libidinosos, narcisistas, agresivos y hasta eróticos le confiere un valor que no le va en zaga a su carácter indispensable para afianzar y justificar la vida en sociedad. La actividad profesional brinda una satisfacción particular cuando ha sido elegida libremente, o sea, cuando permite volver utilizables mediante sublimación inclinaciones existentes, mociones pulsionales proseguidas o reforzadas constitucionalmente”[3]. Como en el relato de Quignard, como en la aseveración de Lacan, como en la advertencia de Freud: sólo del encuentro con los demás (para no usar ninguna de las categorías conceptuales existentes) surge lo que nos toma en este que es nuestro trabajo. No es ocioso: con la introducción del “Más allá del principio de placer” y “Das Unheimliche” Freud empieza a escribir a “doble banda” -algo que debería hacernos pensar fuertemente-: textos clínicos y los -mal llamados- textos sociológicos; ese surco está por arar. Vayamos a habitar allí, en ese surco, llevando nuestras preguntas, conducidos por la fuerza de que nuestra ética sostiene una posición anti-segregatoria, trabajando como lo sabemos hacer: en la institución, en nuestra Mayéutica. Concluyo entonces recordando esta especie de divisa, que ya es la marca de este Consejo Directivo: Don’t forget Freud. [1] Quignard, P.: El nombre en la punta de la lengua, Madrid, Arena libros, 2006, trad. A. Barreda, p. 7 [2] Lacan, J.: “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, en Otros Escritos, Bs. As., Paidós, 2012, trad. G. Esperanza, p. 262 [3] Freud, S.: “El malestar en la cultura”, en Obras completas, T. XXI, Bs. As., Amorrortu, 1998, trad. J. L. Etcheverry, nota 6 p. 80